La frontera de Galicia con Portugal a la altura de la desembocadura del río Miño, asomada al Atlántico, y apadrinada por el Monte de Santa Tecla, es famosa por sus langostas. Es un pueblo marinero de vándalos y piratas que fue reconocido como destino europeo de excelencia por la Unión Europea. Si tuviéramos que recomendaros cinco pueblos gallegos, este formaría parte esa lista de imprescindibles.
Desde las vistas desde el Monte de Santa Tecla hasta los castros celtas que rememoran una historia en la que se sientan las bases de la cultura gallega, pasando por el convento de las Benedictinas y las puestas de sol en alguna de sus playas.



El casco urbano
En el casco urbano de A Guarda se encuentra el convento de las Benedictinas (1558) vinculado desde sus comienzos a la nobleza, alcanzó su mayor apogeo en el siglo XVIII y fue transformado, a finales del siglo XX (1983), en un hotel.
Su iglesia, pequeña y deteriorada, se reconstruyó en el XVII y sigue dedicada al culto religioso. En la portada lateral de estilo barroco se localizan los blasones familiares de los Ozores de Sotomayor y de la orden de San Benito.
También se conservan algunos tramos de la muralla medieval en la calle Muro y calle Ireira.
En la Praza do Reló se encuentra el edificio del Ayuntamiento y la Torre do Reló, antiguo baluarte de procedencia medieval que protegía uno de los accesos a la villa.
Además se pueden observar ejemplos de casas indianas construidas en su mayoría en la segunda mitad del S. XIX y comienzos del XX por los emigrantes guardeses a Puerto Rico, República Dominicana y Brasil.
Monte de Santa Tecla
Gracias al Monte de Santa Tecla el sector servicios está en alza. Su citania es una de las muestras más importantes de la cultura castrexa gallega.
Situado a 341 metros de altitud, fue declarado Monumento Histórico Artístico Nacional en el año 1931 y también tiene la consideración de Bien de Interés Cultural.
En el monte también está la ermita de la santa y un monumental vía crucis. A su amparo se celebran las romerías y fiestas más importantes de la villa.
A Guarda Marinera
Además, las salinas, las numerosas cetáreas de marisco, los hornos cerámicos de Salcidos o los restos de los molinos de viento, son testimonio de algunas de las ocupaciones de las gentes de la localidad a lo largo de la historia.
Museo Arqueológico de Santa Trega (MASAT)
La sala de exposición, de unos 120 m2 ofrece una visión de los sucesivos períodos del castro y los trabajos arqueológicos de investigación realizados hasta ahora.
Museo del Mar
Este precioso pueblo marinero cuenta también con un Museo del Mar situado en el puerto. Es una replica de la antigua atalaya, alberga en su interior una colección etnográfica de aparatejos de pesca y una colección malacológica compuesta por mas de 18.ooo conchas marinas recogidas por Ignacio Navarro.
El museo del mar quiere ser una referencia en la recuperación y salvaguardia del patrimonio marinero del Baixo Miño.
Castillo de Santa Cruz
El Castillo de Santa Cruz forma parte de las fortalezas y sistemas defensivos que se construyeron en el tramo final del río Miño durante la Guerra de Independencia en el s. XVII entre España y Portugal. La fortaleza, conocida popularmente como Castillo, se construyó en torno a 1664 y para acelerar su construcción se utilizó piedra de la muralla medieval que rodeaba la villa. La planta es de polígono irregular, con cuatro baluartes que sobresalen de la muralla. En los baluartes se localizan las garitas bien labradas en piedra. El acceso se realiza a través de la Puerta de la Villa, que sube perpendicular a la calle Porto Rico y de la Puerta de Socorro a la que se accede por un paseo desde la calle Santo Domingo de Guzmán. En el patio de armas había capilla, casa para el gobernador, cuartel para las tropas, cortes, almacenes, polvorín, carnicería, etc; instalaciones detalladas en los planos de la época y que se conservan aunque no permanezcan restos de las mismas.
A pesar de la resistencia de las tropas y vecinos al mando del Gobernador militar Jorge de Madureira, la fortaleza fue tomada por el ejército portugués en noviembre de 1665 al mando del Conde de Prado. Estuvo ocupada hasta el fin de la guerra en 1668. Los franceses tomarían de nuevo la fortaleza en 1809 pero la ocupación duraría tan solo unos meses. Con la desamortización de mediados del siglo XIX permanece en manos de particulares alrededor de 150 años hasta su reciente recuperación para uso público.